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Investidura del presidente de Ecuador: el régimen argelino revela su confusión crónica

Aldar / Análisis

Una vez más, el régimen argelino revela su confusión crónica en la gestión de la política exterior, esta vez mediante la ausencia total de cualquier representación de alto nivel en la ceremonia de investidura del presidente ecuatoriano Daniel Noboa, quien fue reelegido para un nuevo mandato.

Mientras que hace menos de un año Argelia envió al presidente de la Asamblea Popular Nacional para asistir a la toma de posesión de Noboa en su primer mandato, esta vez optó por ignorar el mismo evento, para el mismo presidente, únicamente porque Ecuador decidió, de manera soberana y realista, retirar su reconocimiento a la entidad ficticia que Argelia insiste en promover a nivel internacional.

Esta ausencia no fue una simple coincidencia protocolaria, sino una reacción emocional deliberada que refleja hasta qué punto la diplomacia argelina está supeditada a un solo expediente, como si el mundo entero girara en torno al Polisario. Que Argelia boicotee a un presidente reelegido democráticamente solo porque ya no reconoce a una entidad que ni siquiera está reconocida por las Naciones Unidas es prueba de confusión política y una falta total de sabiduría estratégica.

La ausencia de representación de alto nivel solo puede entenderse como una respuesta vengativa y precipitada por parte de un régimen que ya no tiene una visión coherente de la política exterior, y que actúa movido por reacciones impulsivas que no consideran ni los intereses del país ni la imagen del Estado argelino en el extranjero.

Lo más grave es que este boicot refleja la insistencia del régimen argelino en aislarse diplomáticamente de un entorno internacional cambiante, que se inclina cada vez más hacia el realismo y el rechazo de los proyectos separatistas, mientras Argelia continúa aferrada a un discurso anticuado y superado por el tiempo.

La ausencia de Argelia en esta cita internacional no es simplemente una postura silenciosa, sino una declaración clara del fracaso de su diplomacia para adaptarse a los cambios, y de su persistencia en priorizar la lealtad ideológica por encima de los intereses nacionales superiores.

¿Hasta cuándo continuará esta obstinación que solo perjudica la imagen de Argelia y sus relaciones exteriores? ¿Y cuándo entenderá el régimen que la lógica del “todo o nada” no tiene lugar en el mundo de la política realista?

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