Argelia normaliza sus relaciones con España pese a la firmeza de Madrid sobre la marroquinidad del Sáhara: ¿retroceso táctico o reconocimiento del aislamiento?

ALDAR/ Iman Alaoui
Argelia ha restablecido sus relaciones con España, a pesar de que Madrid no ha variado en absoluto su posición de apoyo a la iniciativa marroquí de autonomía en el Sáhara. Este giro notable se produce tras más de dos años de tensiones intensas, desencadenadas por el respaldo público y claro del gobierno español a la propuesta marroquí, lo que Argel consideró una traición a los lazos bilaterales, respondiendo con la suspensión del tratado de amistad y la imposición de duras restricciones económicas y comerciales.
Sin embargo, la apuesta de Argelia por doblegar la posición española fracasó y solo profundizó su aislamiento regional e internacional. España, tanto por boca de su presidente del gobierno como de su ministro de Asuntos Exteriores, reiteró en varias ocasiones que su respaldo a la marroquinidad del Sáhara constituye una piedra angular de sus renovadas relaciones con Marruecos, y se negó a dar marcha atrás pese a las amenazas económicas y políticas.
El retorno de Argelia a la normalización no se produjo, por tanto, desde una posición de fuerza ni como parte de un intercambio político, sino como resultado de crecientes presiones internas y externas. A nivel interno, Argelia sufre desequilibrios económicos evidentes a pesar del alza de los precios del petróleo. Ha fracasado en diversificar su economía y experimenta un importante retroceso en la inversión extranjera, lo que la ha llevado a restablecer lazos con uno de sus principales socios comerciales en Europa.
A nivel externo, Argelia se encuentra hoy más aislada que nunca, tras su incapacidad para influir en las posturas europeas contra Marruecos y ante señales de incomodidad en algunas capitales occidentales —especialmente dentro de la Unión Europea— por su acercamiento excesivo a Rusia en el contexto de la guerra en Ucrania. En este contexto, circularon declaraciones atribuidas al ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, afirmando que Argelia “no tiene ni peso, ni prestigio, ni posturas honorables como Estado”, declaraciones que fueron comentadas en círculos diplomáticos occidentales como prueba de que incluso sus aliados más cercanos no la consideran un actor influyente en el equilibrio regional.
Por su parte, Marruecos ha seguido cosechando logros en el expediente del Sáhara mediante el fortalecimiento de sus asociaciones económicas y de seguridad con Europa, y consolidando sus alianzas con potencias internacionales influyentes, encabezadas por Estados Unidos, Alemania y España. No se trata solo de reconocimientos teóricos, sino de un respaldo concreto a la propuesta de autonomía, considerada una solución realista, seria y creíble.
A la luz de estos desarrollos, la normalización de Argelia con España solo puede interpretarse como una capitulación forzada ante una realidad diplomática que no logró cambiar, y como un reconocimiento implícito de que la estrategia de confrontación y aislamiento solo ha conducido a una pérdida de influencia y credibilidad.
Mientras tanto, Rabat ha logrado imponer su propio ritmo en la escena internacional, con posiciones firmes y una diplomacia serena, lo que la ha colocado en una posición negociadora de fuerza, mientras Argelia se ve relegada al papel de seguidora y no de líder. Esta nueva dinámica refleja cambios más profundos en el equilibrio de poder en el Magreb, donde la diplomacia pragmática supera a las consignas ideológicas, y Marruecos comienza a recoger los frutos de alianzas estratégicas a largo plazo, mientras Argelia intenta ponerse al día, tras darse cuenta de que la política de ruptura solo ha conducido a un aislamiento costoso.