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¿Qué significa la recepción del gobierno de la República Cabilde en el Senado francés?

Aldar / Análisis

La recepción de Ferhat Mehenni, líder del Movimiento por la Autodeterminación de la Cabilia (MAK), por parte de la senadora francesa Valérie Boyer en el Senado francés ha provocado una oleada de indignación en los círculos oficiales y mediáticos argelinos. Como era de esperarse, estos sectores lanzaron un fuerte ataque contra la iniciativa, acusando a Francia de complicidad con quienes describen como “separatistas” y “traidores”.

Sin embargo, esta ira, que se ha vuelto rutinaria cada vez que los países democráticos abren canales de diálogo con figuras opositoras al régimen argelino, revela una vez más la profunda brecha entre la lógica de los regímenes autoritarios y el sistema de gobernanza de las democracias modernas. En Occidente, no es sorprendente que las instituciones elegidas reciban a personalidades opositoras o controvertidas; de hecho, esto se considera una manifestación de la libertad de expresión y un pilar del pluralismo político.

Por el contrario, el poder argelino insiste en clasificar a todo opositor político que se salga del “discurso permitido” como una amenaza a la seguridad nacional. Para este régimen, el opositor es o un agente extranjero o un traidor, sin espacio para la neutralidad ni debate sobre la legitimidad de sus demandas. Estas condenas suelen emitirse sin juicios justos ni transparencia judicial, lo que refleja una crisis estructural en la noción de Estado de derecho en Argelia.

En las democracias, la situación es fundamentalmente distinta. La recepción de Ferhat Mehenni en el Senado francés no implica que el Estado francés respalde sus demandas, sino que refleja un respeto por el principio de escucha y diversidad de opiniones. Francia —al igual que otras democracias— considera que el diálogo no amenaza la estabilidad, sino que la refuerza. Además, las instituciones occidentales son capaces de distinguir entre demandas políticas legítimas y actos de violencia o terrorismo, una distinción que los regímenes autoritarios suelen ignorar deliberadamente, viendo en cualquier voz disidente un peligro para su supervivencia.

Cabe destacar que los medios oficiales argelinos no se apartan de esta narrativa unívoca, adoptando sin cuestionamiento el relato del régimen, en un contexto donde brilla por su ausencia el pluralismo mediático y se reprimen las voces libres. Estos medios parecen hoy rehenes de un discurso basado en la traición y la desinformación, lo que priva a la opinión pública de una visión completa y equilibrada de la realidad.

La lección más importante que se puede extraer de este acontecimiento es que los tiempos han cambiado. Los pueblos ya no se dejan engañar por consignas vacías sobre soberanía y patriotismo, ni aceptan ser llevados como rebaños tras ilusiones de conspiraciones externas. La recepción de Ferhat Mehenni no es sino una confirmación de que la voz de la oposición, aunque moleste a algunos, tiene un lugar legítimo en el espacio democrático.

Ha llegado el momento de que los líderes argelinos comprendan que el mundo ya no tolera las políticas represivas, y que romper con la mentalidad securitaria se ha convertido en una necesidad ineludible. Los pueblos aspiran a la libertad, y nada puede detener el caudal de la conciencia cuando comienza a fluir.

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