El rey Mohammed VI… Cuando un discurso se cierra con un versículo que abofetea a los traidores y despierta las conciencias

Por: Ghaïtha Hafiani – ALDAR
En su último discurso, la conclusión de Su Majestad el Rey Mohammed VI no fue una simple recitación de un versículo coránico, como algunos ingenuamente podrían pensar. Fue una elección consciente, profunda y cargada de simbolismo, que condensó en una frase divina lo que decenas de páginas de discursos políticos no podrían expresar. El versículo: “¡Que adoren al Señor de esta Casa, que les alimentó contra el hambre y les protegió del temor!” no fue solo una invitación a la reflexión, sino una advertencia firme y una lección de patriotismo y gratitud, dirigida a quienes han vendido su conciencia e intentado socavar los cimientos del Estado desde dentro.
En un contexto marcado por crecientes desafíos regionales e internacionales, por campañas mediáticas dirigidas y por una constante puesta en duda de los principios nacionales, el soberano no respondió con acusaciones ni reproches, sino con el lenguaje de la fe, evocando las bendiciones de la seguridad y el sustento, pilares de la legitimidad del Estado marroquí desde hace siglos. El mensaje fue claro: negar las bendiciones de la patria es traicionarla. Olvidar su valor es caer en la perdición y la ruina.
Este versículo devuelve las cosas a su verdadera dimensión: “Les alimentó contra el hambre”… En una época de inflación elevada, escasez de recursos y perturbaciones en las cadenas de suministro globales, Marruecos sigue garantizando su seguridad alimentaria, manteniendo su independencia decisional y su soberanía económica, lejos de cualquier sometimiento humillante o dependencia política. Es un mensaje fuerte para aquellos que desprecian los logros silenciosos, no proclamados a través de propaganda, pero palpables a diario en la estabilidad de los mercados y en el poder adquisitivo de los ciudadanos, pese a las dificultades.
En cuanto a “Les protegió del temor”, es una bofetada simbólica para quienes minimizan el valor de la estabilidad, mientras algunos países vecinos se hunden en el caos, las divisiones internas y el derramamiento de sangre. Marruecos, pese a este entorno turbulento, sigue siendo un modelo en la preservación de la seguridad, gracias a la vigilancia de sus cuerpos de seguridad, a la unidad de sus instituciones y a la lealtad de su pueblo. El mensaje del rey aquí es una advertencia clara a quienes intentan importar el desorden, incitar a la rebelión o jugar con el fuego de la división.
“¡Que adoren al Señor de esta Casa!”… No es solo una llamada a la religiosidad, sino un recordatorio del origen de la soberanía en Marruecos: el islam moderado, el Comandato de los Creyentes (Imarat Al Mouminin) y el pacto de lealtad. Una tríada intocable, inseparable de la estabilidad del país. Es la base de la identidad nacional y el vínculo que une al trono con el pueblo. Atacar esto es debilitar la estructura misma del Estado marroquí.
Lejos del discurso político clásico, el Rey demostró una rara maestría en el uso del lenguaje simbólico, que llega tanto al corazón como a la razón. No insultó a sus detractores, sino que los remitió a su propia conciencia, recordándoles las bendiciones divinas: ¿dónde está vuestra gratitud por estos dones? ¿Por qué sembrar la discordia en lugar de preservar la bendición de la paz y la serenidad?
En el fondo de este mensaje hay señales claras dirigidas a los saboteadores internos, a los portadores de discursos pesimistas, a quienes se alimentan de la duda y socavan la confianza en las instituciones del Estado, traicionando a la patria por intereses personales o agendas extranjeras. El mensaje es firme: la traición no pasará. La ingratitud no será recompensada. Y el Estado no tolerará a quienes amenacen su unidad y su seguridad.
En este contexto, el versículo coránico actúa como un espejo: quien es leal de verdad verá en él una invitación a la gratitud y la reflexión; el conspirador, en cambio, lo sentirá como una advertencia que sacude la conciencia y previene de una caída inevitable.
El Rey no concluyó su discurso con ese versículo por casualidad. Cerró la puerta a todos los traidores y abrió la de la toma de conciencia para quienes estaban distraídos. Afirmó que la verdadera amenaza no está en la falta de proyectos o en retrasos en el desarrollo, sino en la ausencia de lealtad y de una conciencia despierta sobre el valor de las bendiciones.
Un discurso que trasciende la política para alcanzar la esencia misma del vínculo entre el ciudadano y su patria… un vínculo de fidelidad que solo puede romperse con la traición, y una bendición que no merece otra cosa que el agradecimiento sincero.