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El aislamiento de Argelia se agrava en el Sahel: un régimen sumido en discursos y rezagado frente a la dinámica de las alianzas

 

ALDAR / Análisis

Mientras los actores clave de la región se ocupan de redibujar los mapas de influencia y alianzas en el Sahel africano, el régimen argelino parece vivir fuera del tiempo, incapaz de seguir el ritmo de las transformaciones aceleradas que atraviesa el continente, y hundido en sus discursos fosilizados sobre la “soberanía”.

El último revés sufrido por el régimen argelino se materializó en una exitosa gira diplomática del Ministro de Estado de los Emiratos Árabes Unidos, Sheikh Shakhbut bin Nahyan Al Nahyan, que incluyó países de peso en la región del Sahel como Malí, Níger y Burkina Faso. La visita, calificada de decisiva en la configuración de los nuevos equilibrios, evidenció el grave retroceso de la influencia regional de Argelia y profundizó el desconcierto dentro de las instituciones militares y políticas del país.

A pesar de la propaganda oficial argelina que se presenta como “el principal defensor de África”, la realidad sobre el terreno muestra lo contrario. Argelia, que durante años fue considerada erróneamente como una potencia regional influyente, no es hoy más que un espectador inquieto frente a los movimientos de actores mucho más eficaces y flexibles. Los Emiratos, mediante la gira de su ministro, no solo manifestaron una apertura política hacia los regímenes transitorios del Sahel, sino que llevaron consigo proyectos concretos de cooperación en materia de seguridad y economía, lo que convirtió a su diplomacia en un verdadero polo de atracción en la región.

En cambio, Argelia no ofreció más que reservas y comunicados deslucidos, motivados por un miedo crónico a una “conspiración extranjera”, una narrativa que el régimen repite cada vez que carece de visión o de un proyecto real.

Mientras los países del Sahel se orientan hacia la diversificación de sus socios y la búsqueda de alternativas más eficaces, Argelia sigue repitiendo consignas de la Guerra Fría, incapaz de adaptarse a las nuevas realidades. En un momento en que otros actores hablan el lenguaje de los proyectos, las inversiones y las alianzas inteligentes, el régimen argelino sigue atrapado en teorías conspirativas y en la obsesión por la influencia marroquí.

Lo más preocupante es que este repliegue no se limita solo al ámbito africano, sino que refleja una crisis interna más profunda: un régimen que se niega a renovarse, que silencia las voces disidentes y que invierte en la hostilidad regional como medio para justificar su fracaso interno.

La retirada de los países del Sahel del G5 Sahel, entidad en la que Argelia había apostado como plataforma para extender su influencia, supuso otro golpe doloroso. Hoy, en Níger, Malí o Burkina Faso, nadie parece prestar atención a lo que dice Argelia. Los nuevos regímenes en estos países buscan soluciones reales, no lecciones ideológicas.

Incluso Francia, socio histórico de Argelia, ha empezado a reposicionarse con discreción, mientras países como Emiratos Árabes Unidos, Turquía y Rusia llenan el vacío, cada uno conforme a sus intereses. Argelia, por su parte, sigue aferrada a sus posturas rígidas, negándose a reconocer que el mundo de 2025 no es el de los años sesenta.

Lo que vive Argelia hoy no es solo un retroceso en su influencia, sino una crisis existencial de un régimen que ha perdido el rumbo y que prefiere aferrarse a discursos huecos en lugar de actuar. En medio de grandes transformaciones que están reconfigurando África, Argelia permanece aislada, incapaz de actuar o influir, y sin entender que el tiempo la ha dejado atrás, y que los eslóganes ya no hacen política.

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