¿Por qué el régimen argelino alimenta una hostilidad constante hacia Marruecos?

Editorial de ALDAR / Meryem Hafiani
La hostilidad arraigada que el régimen argelino profesa hacia el Reino de Marruecos es un fenómeno que va más allá de simples desacuerdos coyunturales o tensiones diplomáticas pasajeras; constituye un componente estructural de la doctrina política del sistema gobernante en Argelia. No se trata de un acontecimiento específico ni de fluctuaciones temporales, sino de raíces más profundas relacionadas con la naturaleza misma del régimen y con una crisis de legitimidad crónica que arrastra desde hace décadas, y que ha intentado paliar exportando conflictos y creando enemigos ficticios.
Desde la independencia en los años sesenta, el régimen argelino ha basado su legitimidad en el “mito de la revolución”, utilizando la guerra de liberación contra el colonialismo francés como referente ideológico y herramienta para justificar la permanencia del poder político-militar. Sin embargo, este discurso revolucionario, incapaz de renovarse o de adaptarse a las transformaciones de la sociedad argelina y sus aspiraciones, perdió rápidamente su brillo ante el aumento de los fracasos internos: colapso económico, altas tasas de desempleo, crisis de vivienda, deterioro de los servicios de salud y educación, y protestas juveniles reprimidas con violencia.
En este contexto, el régimen militar no encontró otra salida que la de fabricar conflictos externos que desvíen la atención de la opinión pública de la crítica situación interna. Así, Marruecos se convirtió en el “enemigo perfecto”, sobre el cual se proyectan las culpas del fracaso, y hacia quien se dirigen los discursos de propaganda oficial, en un intento desesperado por unir el frente interno alrededor de una amenaza exterior artificial.
De esta manera, Marruecos se ha transformado, según esta lógica, en un espejo en el que el régimen argelino refleja todas sus contradicciones. Mientras el Reino avanza en la consolidación de su estabilidad política, implementa reformas económicas profundas, establece asociaciones estratégicas con grandes potencias internacionales y amplía su influencia diplomática especialmente en el continente africano, el régimen argelino se hunde en un creciente aislamiento internacional y una incapacidad estructural para ofrecer un modelo de desarrollo exitoso. Esto le hace sentir permanentemente amenazado por el modelo marroquí, que representa su antítesis natural.
En medio de esta tensión artificial, el régimen argelino no duda en recurrir a todas las herramientas disponibles: apoyo logístico y financiero al Frente Polisario, campañas de desinformación mediática, chantajes en foros internacionales y movilización de la opinión pública nacional contra Marruecos. Sin embargo, lo que los responsables en el Palacio de El Mouradia parecen ignorar es que estas políticas agresivas ya no convencen ni siquiera a los propios argelinos, cada vez más conscientes de que sus verdaderos problemas residen dentro de sus fronteras, no fuera de ellas.
En contraste, Marruecos ha sabido gestionar esta hostilidad sistemática con una política racional y equilibrada, basada en la contención, la consolidación de logros diplomáticos y la acumulación de apoyos internacionales a su legítimo derecho sobre su integridad territorial, dentro de una visión de desarrollo abierta al mundo, fundamentada en la cooperación, la apertura y la asociación, y no en el antagonismo.
La persistencia del régimen argelino en alimentar esta enemistad ideológica no solo refleja una profunda crisis interna, sino que también revela un rechazo crónico a cualquier transformación democrática real, y un deseo permanente de mantener el statu quo, cueste lo que cueste. Pero las apuestas han cambiado, y la realidad sobre el terreno demuestra que Marruecos se encuentra hoy en una posición de fortaleza, mientras que el régimen argelino se aísla cada vez más y se asfixia en sus propias contradicciones.