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Zuma defiende con firmeza su visita a Marruecos: la bandera sudafricana pertenece al pueblo, no al gobierno

Zuma defiende con firmeza su visita a Marruecos: la bandera sudafricana pertenece al pueblo, no al gobierno

ALDAR / Sarah El Oukili

La visita del expresidente sudafricano y líder del partido Umkhonto we Sizwe (MK), Jacob Zuma, a Marruecos ha desatado un intenso debate político en su país, después de que la bandera nacional de Sudáfrica apareciera junto a la bandera marroquí durante su encuentro con el ministro de Asuntos Exteriores, Nasser Bourita, en Rabat a mediados de julio.

En una rueda de prensa celebrada en Johannesburgo junto a la dirección de su partido, Zuma rechazó las críticas que se le dirigieron, subrayando que “la bandera no pertenece únicamente al gobierno, sino que es un símbolo de todos los ciudadanos”, y añadió que todo sudafricano tiene derecho a enarbolarla en cualquier lugar y momento.

En otra conferencia de prensa celebrada en Sandton, cerca de Johannesburgo, el 8 de agosto de 2025, Zuma respondió con confianza a los ataques del gobierno, afirmando: “La bandera no es propiedad del gobierno, es el símbolo de todos los sudafricanos”. Añadió que izar este símbolo nacional en Marruecos no fue una infracción diplomática, sino una expresión de la identidad y pertenencia de su pueblo, esté donde esté.

Zuma recordó que Marruecos ocupa un lugar especial en la historia de la lucha de Sudáfrica contra el régimen del apartheid, siendo uno de los primeros países africanos en apoyar el movimiento de liberación y acoger a militantes de Umkhonto we Sizwe desde la década de 1960. Destacó que su visita tenía como objetivo reavivar estos lazos históricos y reafirmar que las relaciones entre los pueblos son más profundas que las diferencias políticas coyunturales.

A pesar de las protestas del Ministerio de Relaciones Internacionales sudafricano, que calificó de “inapropiado” enarbolar la bandera durante un encuentro no oficial, Zuma considera que esta postura refleja una visión limitada de la diplomacia, que la reduce a canales oficiales y pasa por alto la fuerza de la diplomacia entre pueblos y su papel en la construcción de puentes entre naciones.

Las duras críticas lanzadas por líderes del partido gobernante —entre ellos el secretario general del Congreso Nacional Africano, Fikile Mbalula, quien lo calificó de “traidor”— no le hicieron retroceder; al contrario, reforzaron su determinación de continuar lo que él denomina “el camino de la comunicación africana libre”, lejos de alineamientos políticos estrechos.

Para Zuma, enarbolar la bandera en Rabat no fue solo un gesto simbólico, sino un mensaje político que reafirma la unidad de destino africano y la importancia de respetar la soberanía de los Estados, con Marruecos a la cabeza, al que considera un socio natural de Sudáfrica en la construcción de un futuro continental basado en la cooperación y el respeto mutuo.

Con esta postura, Zuma abre un debate más amplio: ¿quién tiene realmente el derecho de representar la imagen del país en el extranjero: solo el gobierno o todo el pueblo en su diversidad? Para él, la respuesta es clara: los símbolos nacionales pertenecen a la nación, y protegerlos implica utilizarlos para acercar a los pueblos, no para avivar divisiones.

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